13 de septiembre de 2021

En el 2009 o 2010, la vida no era más complicada que caminar de la mano por Avenida Santa Fe, besarnos como si nadie estuviera mirando y cantando a los gritos con la desinhibición que sólo permite semejante enamoramiento. Poco recuerdo de eso excepto los libros, las pisadas en las piedras rojizas del Jardín Botánico y la sensación estúpida de que todo era amor, incluso lo que más nos dolía.

Ignorábamos los dolores que la vida nos depararía de allí en adelante. Romantizábamos todo y la existencia era sencilla. 
Yo en particular, ignoraba que vos eras un adolescente, sin más, y que aunque me amabas ibas a lastimarme (y cuánto).

Aún así, la vida era sencilla como amar o no hacerlo. Como pelear y arreglarse. 

Más adelante todos entendimos que hay cosas que se rompen sin reparo y que los héroes se nos mueren.
Entendimos que el amor de nuestros padres no era tan ideal (aún menos de lo que creíamos) y nos volvimos profesores de los que alguna vez nos enseñaron algo. 

Nos volvimos más escépticos a fuerza de moretones, más mentales. O al menos lo intentamos.

Cada día nos convencimos más y más de que no íbamos a tenerlo todo, no importa cuánto lo deseásemos. Por momentos solo se trataba de elegir lo que haga menos daño y al final no había una opción que remediase todo. Seguido de hecho, no había una opción que remediase nada.

Fue algo así como darnos cuenta de que pasados los 16, la versión de prueba había caducado y que el programa real distaba mucho del demo. Algo así como el aviso de "compras dentro de la app", pero sin el aviso de compras. Una suerte de timo, si nos ponemos reflexivos. 

Nos dimos cuenta también que no éramos tan invencibles. No podíamos escaparle a las consecuencias de nuestras atropelladas acciones, y ciertamente no podíamos escaparle a la experiencia de la vivencia que tan eludible creíamos. 

Creíamos muchas cosas. Creíamos también más en nosotros. Después nos volvimos más inseguros, justamente porque la vida nos despojó un poco de ese rapto de éxtasis que nos daba, estúpida y sencillamente, el no saber nada. 

Nos dio miedo darnos cuenta que no podemos anticipar nada. Nos calmaron con un cachetazo. La vida nos dijo que somos menos de lo que creíamos. Y menos que eso también. Nos quitó años solo con esa lección. 

Y no te voy a mentir, yo un poco cada año me siento más de eso y menos de lo otro.
Tengo más miedo y menos vigor, menos ansias de vivir. Me siento, me considero, menos vital y más prescindible. 
Pero de una forma más realista también. Sin la borrachera necia de la juventud. Sin el arrebato irreflexivo y autómata del que gozan los gurise. 


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