15 de septiembre de 2021

A veces puedo volver a ese instante donde la arena se escapaba entre mis dedos, y mientras miraba al horizonte cubierto de un cielo celeste como nunca, sin una nube, el sol pegaba en mi cara y yo sentía la paz de la liberación de endorfinas, el viento mimándome la cara. 

Vos te habías ido a buscar algo. Recuerdo haber pensado: "y si nunca vuelve?". Estábamos a punto de emprender la vuelta a Buenos Aires. Nos habíamos frenado en una playita muy linda de Mar de las Pampas donde había poca gente y la arena era clara. El día estaba hermoso. 

Como ya me pasó muchas veces, no pude evitar pensar que iba a estar recordando ese preciso momento más adelante como algo que me hubiese gustado que nunca se vaya e inevitablemente se fue. Y como una profecía autocumplida siento ese momento embeberse de tristeza agobiante a medida que le agrego detalles; tus manos, tus ojos al sol, tu pelo, tu piel caliente. La sensación de que podría morir ahí mismo y todo estaría bien. 

Pienso que hicimos un montón de cosas mal. Pero el otro día que te vi, vi los mismos ojos, con la misma tristeza y me dio la misma sensación de que había tanto y nada que decir a la vez.

Me dio la sensación de que nos conteníamos las ganas de explotar en un abrazo que nunca termine y un beso que nos envenene y congele el momento para siempre. En cambio, nos quedamos de brazos cruzados tirando algún que otro comentario, y más tarde ese día supe que querías hablar conmigo.

Bastante encaprichada ante ésta última ocurrencia pienso, que a veces al mismo tiempo que la vida nos da mucho, no nos da nada. Me ofrece una oportunidad anhelada, pero vacía de posibilidades. Me llena de todos esos recuerdos que enterré para no morirme de tristeza. Se me escapan de las manos como arena entre los dedos los miles de momentos que transitan mi cabeza mientras mis neuronas hacen sinapsis y cortocircuito a toda velocidad.

Una eterna lucha entre lo que confundimos a cabeza y corazón y sin embargo, son la misma cosa. Químicos.

Químicos como los que hacían burbujear el café de esa estación de servicio de mala muerte en el pueblo de Armas donde paramos después de horas de viajar. Donde todavía tenían una cabina de Telecom, te acordás?

Químicos como esos que me negaste haber consumido el día que volviste de fiesta y yo afiebrada te impugné sobre por qué estabas así, se te notaba en la mandíbula y a mi me partía el alma ver como mentías sin trastabillar. 

Químicos como esos que cada trago nos hacía olvidar: que esa otra piel no era la nuestra y nos consolaba un poco que alguien nos toque, aunque después nos dejase más vacíos de cariño y más llenos de preguntas.

Químicos como los que nos hacían sentir que juntos teníamos todo y también que no teníamos más nada. 

Un día me levanté y ya no fuiste lo primero que pensaba. 

Otros días, tenía sexo con alguien y lloraba. 

La verdad no fue fácil. Y de hecho fue tan difícil, que hasta se siente insolente la liviandad con la que planteás un nuevo acercamiento. 

Cualquier cosa que dijeses no valdría nada. Jurábamos por el dedito y prometíamos con las pestañas que se nos vivían cayendo, pero nunca fue suficiente. Nunca fue verdad. 

Y acá me doy el gusto de citar un mix de palabras que dijeron personas que quise y quiero mucho: nos lamíamos las heridas. Nos creíamos en las mentiras y nos juzgábamos en las verdades. Y lo arruinamos todo. 

Y al final, Nemo siempre tuvo la razón:

In chess, it's called Zugzwang, when the only viable move is not to move

As long as you don't choose, everything remains posible.


Entonces...me parece que me quedo acá mi amor. En la cabina del pueblo de Armas donde todavía todo lo malo no pasó.